La hipótesis autonomista
Posibilidad de un imposible, imposibilidad de un posible
Colectivo de trabajo de dialéktica
(número 27, otoño 2016)
El texto que reproducimos a continuación es el desgrabado de la conversación que tuvimos durante unas horas entre algunxs de los integrantes de la Revista, con el objetivo de reflexionar en torno del dossier del número anterior y del intercambio que lo tuvo como pre-texto en su presentación pública y abierta. El título de aquel dossier coincide con el de este número, así como las preguntas disparadoras que enviamos a los distintos colectivos militantes para que elaboraran su contribución: «¿Qué hacemos? Elementos para una (auto)crítica de la izquierda autónoma». Es decir, ambos números pueden pensarse como un díptico.
En algún sentido, estas reflexiones conservan un carácter marcadamente abierto, fragmentario, inconcluso, propio de su origen en la oralidad, que contrastan con las características esperables para su forma actual escrita. Estas características, junto con los puntos de partida compartidos que funcionan como condición de posibilidad de todo diálogo, son un indicador –lo notamos ahora- del estado actual de las reflexiones del colectivo de trabajo sobre las problemáticas en cuestión.
PF: Como saben, yo no pude estar en las reuniones en que se decidió que este nuevo número volviera a tener como tema del Dossier, al igual que el número anterior, «(Auto)crítica de la izquierda autónoma»… ¿Cómo se decidió continuar con esta segunda parte? ¿Cuál fue el balance que se hizo para continuar la misma temática?
EDR: Por un lado, habían quedado algunas contribuciones sin publicar del número pasado, porque habían llegado tarde o, si bien querían mandarnos algo, no habían tenido tiempo suficiente. Al mismo tiempo, se nos ocurrieron nuevos colectivos a los que convocar… Desde ese lado, podía estar bueno armar un nuevo Dossier. Por otro lado, desde una perspectiva más política, me parece que seguíamos viendo, después de la presentación y del primer Dossier, el problema de cierto desconocimiento mutuo entre colectivos que, quizás, tienen principios afines. En ese punto el nuevo número podía seguir siendo un espacio de convergencia posible, aunque sea desde la producción teórica, de esas experiencias… No sé si estoy inventando demasiado…
JR: Queríamos hacer de dialéktica el órgano de difusión de la izquierda autónoma. Pero esa izquierda no existe. Nosotros tenemos la experiencia, desde la revistas, también desde el Nodo y nuestras intervenciones en diferentes espacios, y creo que lo que hacemos ahí se adecua bastante a lo que podemos entender como autonomía de clase, para seguir dando precisiones conceptuales… Creo que nuestras prácticas se encuadran bajo el concepto de autonomía de clase. De esas determinaciones que tienen nuestras prácticas y nuestro marco teórico, hay distinciones con lo que dicen y hacen varios de los que participaron en el dossier. Para mí no hay identidad entre, por un lado, sostener la contradicción capital/trabajo como el motor de la sociedad en la que vivimos y contra la que peleamos y, por otro, optar por una organización partidaria. Para nosotros es una obviedad, no es compatible, por cómo entendemos capitalismo. No es algo que nacimos sabiendo. Hasta la propia experiencia que tuvimos en el Nodo: llevó un tiempo empezar a tomarlo como un desafío, hacer una inteligencia colectiva de intervención en el ámbito sindical, por ejemplo. Recuerdo que cuando empecé a participar en el Nodo, ya estaba medio con ATE tardé meses y tal vez un par de años en mandar un informe para contar que eso era relevante. En ese momento era más pertinente, por la dinámica que tenía el Nodo en ese momento, la experiencia de Revocables…, lo que se hacía en las cursadas, Epistemología, lo que pasaba en Socio [Ciencias Sociales UBA], lo que fue el 2010 en las Facultades de la UBA, las tomas… Había todo un contexto que, por el propio derrotero, hacía que algunas cosas no aparecieran. Y yo no sentía la necesidad de que apareciera –seguramente había algunas limitaciones personales–, si bien había otrxs compañerxs también militando en ATE, pero también había una idiosincrasia colectiva que empujaba para en el sentido que se venía transitando.
A la hora de afinar el concepto, creo que es más preciso hablar de autonomía de clase y qué características tendría: si tiene que ver con esa centralidad que tiene la contradicción capital/trabajo, con la autonomía de la mano de la autogestión y de una organización por la negativa anti-partidaria, anti-vertical y asumiendo todos los problemas que conlleva la horizontalidad como una construcción, teniendo en cuenta que esa horizontalidad no reniega tampoco de la centralización, sino que la busca. Quizá hay algo que entraría en tensión con la izquierda autónoma a secas y es que, tal vez, no entendemos lo mismo por «capitalismo». Y eso se vería reflejado en nuestras prácticas y en las contribuciones del número pasado [n° 26, primavera 2014]. Hoy recordaba que el primer boceto de documento que hicimos como presentación del Nodo era muy esquemático: «las prácticas capitalistas», «nuestras prácticas anticapitalistas»… Ese fue el primer borrador. El segundo ya estaba un poco más matizado, asumía que estamos en el baile, se quitaba cierto purismo del «somos anticapitalistas por propia voluntad» y hacía que la práctica se mostrara un poco más compleja. Tal vez ahí tengamos un punto de tensión con la noción de «izquierda autónoma», que tal vez ni siquiera exista como tal, pero me parece un buen punto para empezar.
PM: A mí me parece que la operación contraria sí funciona. La asimilación de la contradicción capital/trabajo, como centralidad, no está bajo ningún concepto plegada. Y aparece más bien disociada de las prácticas horizontales y anti-jerárquicas. La verdad es que cuando uno ve el panorama de los que piensan más centralmente en esa contradicción capital/trabajo como el norte de su acción política, nota que consideran que el partido es «la» forma de organización política. Y los otros, quizás, no tienen la misma perspectiva de qué es el capitalismo, pero aparecen interesados en ensayar fórmulas a distancia del Estado, horizontalistas, en esquivar la forma-partido. Nosotros estamos ahí como en el medio de ese problema, reunimos dos características que no aparecen reunidas sino que, por lo general, aparecen disociadas.
MR: Y que se podrían esquematizar en esas dos tradiciones de lectura del marxismo que nos ha legado el movimiento proletario, de crítica al sistema capitalista en general, que son: enfatizar la ética o enfatizar la ciencia. Cuando se enfatiza la ética, se enfatiza el lado libertario y las formas de organización que habiliten un sujeto aquí y ahora emancipado. Y, del otro lado, el lado de la ciencia, aparece una axiomática que pone el énfasis en cómo hay que hacer las cosas, una receta para el análisis de la realidad con determinadas características, que deriva en una manera de organizarte, con la centralidad del Estado y con las característica que tiene la forma-partido en relación a esa centralidad. Y es un asunto: ahí corremos el riesgo de una deriva teoricista. Es un asunto: ¿hay en la crítica al sistema capitalista, en tanto ciencia, una faz ética?, ¿hay que destruir al sistema porque su carácter de explotación se explica científicamente o porque la explotación es una mierda y no importa si te lo puedo demostrar o no científicamente?, ¿hay una ciencia proletaria distinta de la ciencia burguesa? Todas ess discusiones están ahí. Junto a este problema está el de si se puede hacer ciencia con la apariencia; porque, en general, los colectivos autonomistas que conocemos tienen una concepción del capitalismo que para nosotros es superficial, fetichista, no va a la raíz de la cosa o no capta la lógica del sistema, la lógica de la acumulación, la teoría del valor, etc. Ahí tenemos un posicionamiento filosófico acerca de lo que aparece y de lo que es, acerca de su distinción o indistinción. Toda la crítica autonomista del dinero, por ejemplo, que el dinero es caca, digamos, resulta primitiva en términos de economía política, es la discusión con Proudhon que a Marx le permite pensar más allá de sí mismo, más allá de lo que había elaborado hasta ese momento acerca del dinero cómo relación social.
EDR: Desde mi perspectiva, el último dossier y la presentación de la revista corroboran, o le dan actualidad, al planteo que hacíamos en la «Introducción al dossier» [ver nota 3] y que, cuando lo escribíamos el año pasado, me generaba dudas, por momentos, respecto de si eso que estábamos escribiendo era tan así, hasta qué punto no sonaba apriorístico, hasta qué punto no simplificábamos cuando caracterizábamos la «autonomía a secas» y sus diferencias con la «autonomía de clase», junto a los problemas que de esa distinción se derivan. Por un lado, creo que se corroboró en gran medida lo que planteábamos ahí. Por otro, estaba pensando: ¿surgió algo nuevo a partir del dossier y de la presentación? ¿Algo que ponga en tensión esa caracterización?
En lo personal, creo que surgió con más fuerza el problema de la relación entre teoría y práctica. Creo que surge con fuerza ese problema, por ejemplo, con respecto a «de qué hablamos cuando hablamos de capitalismo» y qué prácticas anticapitalistas se derivan de eso. Hay todo un problema, ahí, de representación sobre las prácticas, que después se traduce en las prácticas mismas y en la posibilidad de dialogar, en la posibilidad de elaborar un lenguaje común, conceptos comunes, porque noto que las mismas palabras terminan significando, aun dentro de un mismo campo político potencial, cosas muy diferentes. Creo que en la presentación del número 26 surgió bastante este problema. Hubo muchos malentendidos. Y más fuertes de lo que imaginaba respecto de algunos términos.
Por otro lado, para ampliar un poco los problemas propios de las formas de organización que buscan la «autonomía» o la «horizontalidad», creo que tenemos muy pensados los problemas en general de las formas de organización que criticamos, del verticalismo, pero no tenemos tan pensados los problemas que derivan de nuestra forma de organización, en sentido amplio, de la «autonomía» en plural. En ese punto, algo que veo como problema es que en las formas verticales está muy aceptada la militancia individual, en el sentido de «yo individualmente participo de tal partido», y, o bien el partido me dice cómo tengo que militar, me da actividades militantes, me dice «andá a hacer esto», o bien sólo por estar en el marco del partido sé lo qué tengo que ir a decir en mi trabajo, en donde estudio o donde sea. Me da la sensación de que las formas de organización del «autonomismo», bajo la lógica de empezar desde abajo hacia arriba como principio de construcción, la variable individual queda más débil en el sentido de que, en general, no se visualiza la posibilidad de co-organizar militancias individuales, que es más bien lo que intentamos hacer en el Nodo, sino que se piensan las formas de articulación, de convergencia, de centralización –pongamos el nombre que fuere–, con otras experiencias militantes, desde la instancia de base de la que se participa. Es desde esa activación en que se buscan formas de articulación superior. Lo cual trae otra gama de problemas respecto de la posibilidad de que un colectivo se ponga de acuerdo en convergencias con otro. Son otros tiempos. Y más si a eso lo cruzamos con la demanda de resolver temas «urgentes» que tiene cada espacio (bachillerato popular, lugar de trabajo, etc.) y que, en general, hace que lo otro –la coordinación– quede relegado. Es decir, hay que resolver primero lo de la activación en sí para que funcione y, en todo caso, desde esos problemas inmediatos surgen las articulaciones, también con algún objetivo inmediato, más que desde una caracterización más amplia, de mediano-largo plazo, para ver cómo se co-organiza, cómo se centraliza y con quiénes. Creo que ahí también hay un problema, que no sé si estoy pudiendo formular bien. Muchas veces decimos «los partidos, las formas verticales, saben cómo centralizar y estamos en desacuerdo con cómo lo hacen». Pero, ¿cómo centralizamos nosotros? Por un lado, dentro del campo «autónomo», están quienes directamente no quieren centralizar, porque lo ven como algo negativo en tanto reproducción de la forma estatal. Pero, por otro, en quienes no parten de esta premisa, me parece que surge este otro problema: «queremos centralizar, pero ¿cómo? Bueno, centralizamos desde la activación de base». Creo que ahí hay un problema respecto de lo que implica la co-organización en este tipo de experiencias.
MR: Hay algo que tal vez sea común tanto a la forma-partido, a la subjetividad típica de la izquierda orgánica, como a la subjetividad de eso que estamos llamando «izquierda autónoma», en relación a activar en el propio laburo donde uno está. En general, la izquierda orgánica va a activar a los laburos de otros, sea proletarizándose, sea repartiendo volantes en la puerta de la fábrica. Mientras que la izquierda autónoma tiene actividades mucho más vinculadas a su cotidianeidad, pero no justamente ahí donde vende su fuerza de trabajo. Hay cierta exterioridad común, en ese sentido, respecto de la clase. Y quizá tenga que ver con su propia concepción de lo que es la clase. Compañeros docentes universitarios que son explícitamente de izquierda y que apoyan al FIT y jamás han ido a una asamblea del gremio en su vida. Y esa no es una situación anómala, sino que es bastante común: «frente de izquierda y de los trabajadores», donde el «y» separa más de lo que reúne. Ahí está el problema de no pensarse como productor social, como si no hubiera algo que hacer en el propio lugar de trabajo (y todo propio lugar cotidiano). Ni hablar, en el caso universitario, de la división por claustros, la forma cátedra, el voto calificado… Ni hablar de ese tipo de relaciones, que son relaciones cotidianas que la izquierda autónoma sí suele trabajar en sus actividades, desde el punto de vista de la crítica a las jerarquías y privilegios, pero a la vez no toma el problema del trabajo o del salario desde la centralidad estratégica que objetivamente tiene para activar.
EDR: Habría que ver qué está implícito ahí. Si lo que está implícito es que las organizaciones sindicales están tan burocratizadas que no hay nada que hacer allí, si lo que está implícito es el que trabajo ya no es más el estructurador de la vida social, o qué. Es una punta de ovillo para tironear: qué implícitos conceptuales hacen que lo sindical, en la izquierda autónoma, en sentido amplio, no sea una instancia de participación política, o al menos una instancia tan activa como para la izquierda partidaria. También pensando en lo que nos pasa muchas veces a nosotros que, cuando intentamos activar ahí, tenemos cierto éxito, entre comillas, en instancias de base, y mucha dificultad en dar un paso más porque, ahí sí, en el espacio más superestructural, dejamos de estar en contacto con nuestros compañeros de trabajo, con los que se puede construir algo desde una lógica distinta, para empezar a estar en las lógicas donde predominantemente los que ponen las reglas de juego son otros.
PM: La izquierda partidaria disputa lo sindical, sin mucho problema, pues ya tiene el guión escrito. Me parece que lo que pasa en estos espacios, que llamamos de izquierda autónoma, es que no hay ningún guión escrito. Lo que recorre todas estas intervenciones, todo lo que hacemos, es cierta sorpresa frente a cada cosa. Y eso es rarísimo. Porque, si bien es cierto que, genéricamente, se puede decir que desde el inicio de la historia del movimiento obrero ciertos problemas ya están planteados, lo cierto es que en la territorialización específicamente argentina eso no es así: no hay tradiciones que vinculen lo que se hace ahora con lo que se hacía antes, entonces cada uno en su lugar de activación trata de inventar algo. Que la sorpresa sea lo que más aparece como emoción o caracterización en los colectivos que entrevistamos es algo curioso: «Oh, descubrí la delegación». «Oh, intenté esquivar las jerarquías y no pude». «Oh, quiero alterar la forma cátedra y es difícil». Esa sorpresa se corresponde con la orfandad total de experiencias previas, no se sabe qué hacer, siempre se está dudando. Me parece que eso que pasa, nos pasa, en los terrenos que más trajinamos. Y en lo sindical aparece exactamente la misma sorpresa. La izquierda partidaria sabe qué hacer, sabe cómo trabajar en un sindicato y, finalmente, no hace nada distinto a lo que hacen los otros. En las universidades es muy claro, en los centros de estudiantes, pero en los sindicatos también. En cambio, nosotros cargamos esa sorpresa en todo espacio que abordamos porque no estamos inscriptos en algo previo que nos permita pensar esas situaciones. Para la mayor parte de la izquierda autónoma, eso anterior es el 2001. Pero los que venimos desde antes del 2001 tampoco teníamos referencias en experiencias previas; quizá teníamos algún texto europeo pero sin mayores precisiones. No se sabía bien qué hacer, no teníamos una tradición que nos organizara sino cierto rechazo a lo que ya conocíamos.
Ahí hay un problema que es difícil de pensar: cómo inscribirse en alguna tradición previa. Y otro problema: cómo producir actos de igualad en una sociedad desigual, cómo producir horizontalidad en una situación vertical. Que nos estemos preguntando eso, habla de una ausencia de posibilidades para inscribirnos en tradiciones anteriores. No es malo pero es así. Y, para mí, no lo resuelve pensar que esto está planteado desde el inicio del movimiento obrero, porque eso no es lo que pasa acá. Tal vez los anarquistas, no estoy muy seguro, pensaban cosas parecidas, en algún punto, a lo que le adjudicamos a eso que por hipótesis llamamos izquierda autónoma. Pero los anarquistas también tenían un guión para intervenir sindicalmente, cosa que fue borrada por el peronismo: fue borrado todo rastro de tradición de lucha anti-estatal. Hoy es sentido común la centralidad del Estado como determinante. En cambio, incluso el zapatismo en México tiene inscripto en sí mismo la continuidad: es neo-zapatismo. Y el zapatismo originario, los teóricos que rodeaban a Zapata, eran los hermanos Flores Magón, que eran anarquistas, y entonces ellos sí pueden reconocerse en algo que se había hecho antes y que tenía conexiones con el ideario anarquista. En ese sentido, tal vez es raro que no haya revivido la FORA [Federación Obrera Regional Argentina], que supo tener ascendente en el movimiento obrero.
NB: Pensaba en dos cositas. Una es la que plantea FA en su mail, acerca de estas discusiones que no se actualizan, que no aparecen, que se soslayan, que suponen otras posibilidades. La otra es que quizás sea nuestra gracia actualizarlas. Yo no estuve cuando se pensó hacer el cuestionario que se envió a los colectivos para participar del dossier anterior, no participé de esa búsqueda de la revista y de cómo empezaron las preguntas críticas a cierta forma de organizarse. La pregunta es: ¿qué hacemos nosotros? Y frente a esto también hay un punto, en el que quizás parezca autobombo frente a este mundo catastrófico pero, bueno, ¿qué hacemos?, ¿un documento? Yo empecé a pensarlo al revés: cuántos nos sentamos a desgrabarnos, a pensar respuestas a las preguntas, y cuán poco hubo de documento hecho entre las colaboraciones que recibimos. Eso fue lo que hicimos. Podríamos haber hecho sólo un documento que dijera «pensamos que la izquierda autónoma es esto», o «autonomía de clase es esto otro» u otra cosa por el estilo. Pero no. Abrimos una serie de preguntas –que funcionaba como simple orientación, ya que no era obligatorio responder a esas preguntas– y dejamos que lo que se reivindicara como izquierda autónoma hablara. Y nuestras relaciones ahí son las que podamos tener. Venía pensando y no sé acerca de cómo surgió hacer las preguntas de la convocatoria, pero aparece en ella la idea de que quizás la izquierda autónoma tiene más desarrollado el problema de «¿cómo nos relacionamos?», «¿cómo construimos?». Me parecía interesante. Y estas contribuciones nos permitieron pensar cuáles son los problemas comunes. Tenemos un espacio de problemas comunes y de elaboraciones comunes. Más allá de la desolación y de ciertas prácticas que a mí me parecen necesarias, eso es lo que fuimos encontrando al busca: una serie de problemas comunes que encontramos en todas las intervenciones.
PM: Es interesante pensar una cosa que decís y que es verdad. Convocamos a organizaciones a pensar y no nos responden con textos o manifiestos, que es lo que indicaría cierto grado, paradójicamente, de madurez. Sino que recurrimos a los métodos más históricos, que son la encuesta obrera, la auto-pregunta, y todo con sensación de punteo, todo provisorio, todo «a charlar». Eso estaría indicando que no hay un cuerpo teórico definido sino que estamos auto-investigando un campo al que pertenecemos y que parece emerger de la nada.
NB: Pero lo estamos haciendo acá, en este momento. Porque cuando lo decías pensaba en la intervención del Nodo en el número anterior: ahí hay conceptos súper afilados y es lo que estamos haciendo acá también.
MR: «Sombra inasible de la izquierda autónoma, voy a evocarte…»
PF: ¿Sirve pensar a partir del intento de centro o de medio, que supone el Nodo, a esta polarización? Creo que me sirve pensar el esquema a partir de algo que es central, que está puntualizado en el mail de FA, y que es la ausencia de la centralidad de la contradicción entre capital y trabajo en las prácticas de la izquierda autónoma. El lugar desde el que se parte, para que este problema aparezca o no, delimita un itinerario y unas posibilidades. Y en este punto creo que el Nodo tiende a recomponer algo, o intenta hacerlo. Las prácticas de la izquierda autónoma y su organización emergen a partir de experiencias puntuales, de malestares específicos. La organización aparece como intento de superar el malestar individual, coordinar algo y producir respuestas con cierto inmediatismo, con una marcada apelación al voluntarismo y sin esa trascendencia que logra instituir algo. Me parece que no se busca esa trascendencia, que no es un objetivo en esas prácticas y organizaciones. Tampoco veo una inscripción clara en alguna tradición, sino más bien un conjunto de trayectorias individuales que confluyen en algo. Y, del otro lado, las trayectorias que trazan las organizaciones que parten de la búsqueda de trascendencia, de pensarse en un proyecto o en una dimensión temporal mucho más amplia, y en donde la práctica concreta y específica vendría a ser subsidiaria de algo superior y no lo central, son trayectorias que contribuyen a un fin que está allá lejos, en la tierra prometida. En este sentido, me parece que esa presencia, inscripta en el militante de la orga, ese horizonte casi cristiano que funciona como promesa de redención, cambia la centralidad de los problemas. En cambio, en eso que llamamos izquierda autónoma, la centralidad suele estar en los problemas internos del grupo, a menudo se pone todo ahí, como que todo se juega en ese grupo y, eventualmente, puede salir de esa interioridad, de esa endogamia, a partir del desarrollo de una activación que impone la necesidad de coordinar con otros, o de pensar nuevos problemas que no aparecían al principio entre los objetivos.
Pienso que, quizás, el Nodo intenta recomponer eso: pensar una forma de instituirse, tratar de salvar la distancia que hay entre esas prácticas inmediatas y el pensar la inscripción en una dimensión temporal perdurable. Problemas que exceden lo grupal y la coyuntura particular, que se terminan tragando a los grupos de militancia de la izquierda autónoma. No sé si sirve pensarlo como un lugar intermedio, o cuál es la singularidad que distingue las prácticas que podemos realizar desde el Nodo, de aportar al problema de la centralización, ¿no?
EDR: Un problema sería pensar este trascendentalismo, tratando de pensar lo que decía PF. El trascendentalismo que hace que ese más allá, ya sea el partido, la sociedad futura o lo que se ponga como meta externa, religiosa, sea la forma de hacer política. Ya sabemos que eso anula al sujeto y al presente, a lo que el sujeto está haciendo en su vida. Lo que no tenemos tan pensado es el polo opuesto, el inmanentismo cerrado sobre sí y los problemas que se derivan de eso. Por un lado, si bien «el todo está en cada parte», no está en cada parte de la misma manera y al mismo tiempo. Si, por un lado, la sociedad capitalista, desde ya, permea desde adentro cada práctica que hacemos, eso no significa que los problemas del capitalismo en su conjunto se resuelvan por completo, resolviéndolos en mi práctica concreta militante inmediata. Porque ahí estaría otro inconveniente, este cerrarse sobre la práctica propia y desentenderse de todos los otros aspectos de la vida subjetiva y colectiva.
JR: A mí también, en algún momento de la lectura del dossier, me vino ese arquetipo del militante de la izquierda autónoma «a todo o nada», inmediatista, muy fervoroso. Pero después me di cuenta de que había un montón de espacios y de personas que hace muchos años que militan. Y lo que aparece como dato es esa continuidad, una cierta perseverancia, o acaso pertinacia, que puede situarse entre el «cabezadurismo» y la dimensión ontológica que impulsa la reacción frente a la explotación. Después, me hacía pensar lo que EDR comentaba: cómo aparece la individualidad en los partidos, en las estructuras verticales. Y cómo aparece en un sentido fuerte, porque tienen tareas concretas y delimitadas –por más que obedezcan a otros–, y no hay demasiada duda acerca de cómo resolver eso. Todo lo cual va de la mano con cierta religiosidad, una eternidad, la patria, etc. Por ejemplo, Racing. ¿Qué es Racing? ¿Los hinchas? ¿Los jugadores? No, Racing está más allá de todo eso, más allá de todos nosotros. Es muy flashero pensar eso en la popular y, al revés, en nuestros espacios más horizontales: lo que intentamos, lo que practicamos, con lo ambiguo que puede ser reclamarse o tratar de inscribirse en una tradición y, al mismo tiempo, considerar una práctica política con otros problemas, con un carácter más experimental, sin pensar que hay algo que vamos a recoger al final del camino, ya sea nosotros, o nuestros hijos, o a los hijos de nuestros hijos, o a lo que venga. A mí me hace acordar mucho a cómo está trabajado, en El Anti-Edipo, el instinto de muerte. Me recuerda eso de «instituciones que no superan los cuerpos que las encarnan».
Menciono lo de El Anti-Edipo porque vamos detectando el problema de la formación, ya sea para recoger una tradición, ya sea para preguntarnos «¿cómo funciona el capitalismo?» Bueno, leamos El Capital. «¿Por qué deseamos el capitalismo?» Bueno, leamos El Anti-Edipo. Como hemos hecho y seguimos haciendo, ya sea para recuperar cosas que hay, ya sea para poder teorizar nuevos problemas, generar teorías a partir de los propios problemas que se aparecen en estas nuevas condiciones, en estas prácticas. Tal vez en algún momento haya que apelar a cosas que ya se han escrito. Pero también hay que encarar la producción propia, y así poder estirar los límites conceptuales. O sea, no se le puede pedir todo a El Capital, de Marx, y no queremos. No hay una Biblia y en buena hora que no la hay. Pensaba en el problema de la autoformación, que nosotros también lo hemos tenido. ¿Y cómo lo transitamos? Casi todos participamos en un montón de talleres de lectura y no es como en otras organizaciones. Uno podría pensar que, por más que históricamente no sea así, pero conceptualmente se podría pensar que muchos de los que participamos en el Nodo tomamos esas prácticas más como propias que la media de los participantes y, generalmente, los que somos del Nodo, cuando hacemos un grupo de estudio, no se trata de que el Nodo haga su propio grupo de formación, como pueden hacer otras organizaciones, que hacen el curso de formación y a partir de allí sos militante. Nosotros no hacemos eso, sino que nos decimos: «a este problema no lo entendemos, entonces hagamos un grupo de estudios». Y convocamos a cualquiera que pueda venir. Es una manera que tenemos de transitar este problema. Y no es que lo tenemos saldado.
Pienso también en los boletines que se hicieron desde el Nodo en la comisión de problemáticas educativas, de problemáticas gremiales, buscando expresar los problemas generales en la situación puntual. Pero no es tan sencillo. Porque, en la comisión de gremiales, para poder atacar el problema de cómo organizarse en el sindicato, necesitamos hacer el rodeo hasta para auto-explicarnos a nosotros cómo funciona la sociedad y, a partir de ahí, construir una noción de militancia, de organización política, de por qué es pertinente sindicalizarse, por qué es importante históricamente y cotidianamente estar organizado en un sindicato. Ese sí es un buen elemento para pensar la apatía que hay en cualquier militante de la izquierda autónoma con respecto a esas instituciones burocratizadas. Porque el sindicato parece mucho un Estado, en algún sentido tiene rasgos verticales y autoritarios un tanto peores. De hecho, a nosotros nos cuesta bastante no sólo dar ese paso superestructural donde hay crecientes grados de heteronomía, sino también organizarnos en los propios espacios de base. Cuando no sos el delegado que puede generar las pautas, ocurre que te encontrás con otros militante y realmente friccionás y chocás y cuesta un montón avanzar. Pienso en Adultos 2000 o en Jóvenes Científicos Precarizados, donde hay compañerxs del Nodo remando en una cáscara de nuez sobre dulce de leche repostero. Yo, en tanto delegado en ejercicio, no tengo a nadie que, cuando llego con una propuesta, quiera que la Junta de Deportes vaya para otro lado. Entonces no se me aparecen límites excepto hasta donde me dé la inventiva y la voluntad.
En suma, pensaba que a estos principios organizativos que nos venimos dando, en relación a la centralidad teórica y práctica que puede tener la relación capital/trabajo, le sienta más cómodo el concepto de «autonomía de clase». La tarea de hacer confluir la autonomía y la autogestión, el problema de la afectividad, que ha empezado a ser un problema también, el objeto del deseo que hay ahí, las relaciones interpersonales que constituyen eso, o aquellas instituciones que no exceden las encarnaciones colectivas, son problemas de la autonomía de clase. Y si el Nodo trabaja en ese sentido desde hace cinco o seis años, tendríamos que hacer una evaluación, sin que eso le violente los principios. No es que la práctica te refuta los principios políticos organizativos. Podés perder sin que esto refute la apuesta política que hacés.
EDR: Pensaba, con lo que decía JR, que ya alguna vez lo charlamos, en estos problemas casi simétricos. En las bases, muchas veces nos encontramos con la delegación de hecho, que para nosotros es un problema. Uno termina muchas veces decidiendo por otros, porque los otros no quieren decidir. «Que decidan los que fueron a esa asamblea, los que fueron a esa reunión»… Y terminan siendo siempre los mismos que terminan decidiendo por otros, y sus decisiones, en general, son bien recibidas por los que no van. Muchas veces nos encontramos con que nuestros compañeros nos dicen: «Che, qué bueno lo que hicieron». Por lo general no presentan oposición a las decisiones que tomamos, y terminan siendo consumidores de política, consumidores de decisiones: consumen lo que produce otro. Y cuando somos los que producimos estas decisiones, queremos producir con otros, pero los otros no van. Por otro lado, nos encontramos el problema simétrico cuando vamos a una instancia más superestructural: queremos participar de las decisiones, pero el otro quiere que consumamos las decisiones que ya resolvieron. No quiere que nos asumamos como productores. Entonces el problema simétrico consiste en que, de una parte, no tenemos con quiénes porque los otros no quieren decidir; y, de otra parte, no tenemos con quiénes porque los otros no quieren que decidamos. Esta imposibilidad de reconocernos y de que nos reconozcan como productores estaría, en última instancia, manifestado de dos maneras distintas. Y creo que ahí, sin duda, estos problemas que nos encontramos en nuestras militancias se vinculan con cómo funciona la sociedad en su conjunto, la sociedad capitalista.
MR: En ese punto, la mayor aspiración que podríamos esperar de la izquierda autónoma es la del «derecho» a producir.
PM: El derecho, claro, una vez más.
JR: Eso es otra cosa que venimos charlando, ¿no? Más si pensamos en la izquierda autónoma, porque aparece en casi todos los artículos: el problema de la delegación de hecho. Y una cosa es la delegación de hecho en un espacio como la escuela (estoy pensando en lo que reflexionan Ceci y Juan en su artículo del número pasado), y otra cosa es la delegación de hecho que sucede en espacios como la Olla Troilo y Corrientes, donde vos de movida vas a hacerte cargo y, sin embargo, aparece también la falta de ganas. Eso también nos pasa, aparece en un montón de formas esa apatía.
[Silencio prolongado y sostenido.]
EDR: Bueno, ¿votamos las mociones? Podríamos leer el punteíto que hicimos la vez pasada pensando en la charla de hoy. Por ahí repasarlo nos ayuda a ver si hay algo más para decir.
PF: Delegación de hecho y Apatía en la participación. Cómo producir igualdad en una sociedad desigual. Cómo producir horizontalidad en instituciones verticales. Dificultad para establecer tradiciones e inscribirse en una historia. El problema de la transmisión de la experiencia. Marcos conceptuales. Reflexión sobre la propia practica y sus vínculos con el problema anterior. El problema de la autoformación. Significación del 2001. Centralización. Izquierda autónomas: ¿reflujo o crecimiento desarticulado? Dato: la permanencia de algunos grupos. Autonomía vs. Heteronomía: grados y alcances en el capitalismo. Ámbitos de militancia: ¿hay alguno privilegiados? El lugar de la activación en los trabajos asalariados.
MR: Sobre cómo producir igualdad en una sociedad desigual, por ahí estoy muy permeado por la experiencia en La Colectiva Radio y en la RNMA [Red Nacional de Medios Alternativos], pero tengo la sensación de que se piensa en términos estatales, en términos de derecho a la igualdad, es decir, en conseguir igualdad de derechos. Ante la pregunta «¿cómo producir igualdad en una sociedad desigual?», no se piensa, al menos no de entrada, en términos de igualdad real inmediata sino en términos de igualdad formal mediada por el Estado. Y esto es una limitación. Con todo este affaire de Antena Negra TV, la consigna de la RNMA era «La comunicación es un derecho». Entonces, al interior de La Colectiva, mencioné que tal vez teníamos que pensar qué teorías del Estado están implicadas en nuestras propias políticas, porque decir que la comunicación es un derecho es hacer que la comunicación dependa del Estado. Una compañera me respondió que esa era una concepción que tiene el kirchnerismo, que cree que la comunicación es una dádiva y no una conquista. Ella seguía en el plano que yo estaba tratando justamente de abolir para la discusión, que era el plano de la discusión sobre derechos. Hay también limitaciones teóricas que, en algún momento, le imponen límites a la práctica como ocurrió, por ejemplo, después en las negociaciones con la AFTIC [Autoridad Federal de Tecnologías de la Información y las Comunicaciones]. Pero ahí hay un asunto para señalar: cuando nosotros pensamos cómo producir igualdad en una sociedad desigual, estamos pensando el problema en un terreno que es totalmente desconocido, en general, para la izquierda autónoma: el terreno de la igualdad real. Ahí volvemos, nuevamente, al problema de la relación capital/trabajo.
PM: El otro día vos citabas a Rafael Barrett, el anarquista, que decía «el derecho es el permiso de las bayonetas». Y está Marx con la crítica que hace en Sobre la cuestión judía. Pero me parece que también sucede esto: el marxismo que permanece como cuerpo teórico está secuestrado en las organizaciones partidarias y la lectura que han hecho no es la que nosotros privilegiamos. Ellos no son críticos de los derechos. Y los anarquistas, que lo podrían hacer, en principio, tampoco están presentes más que en personajes literarios como Barrett, o en algunos textos de Sociales. Cargamos con esa dificultad. Como el marxismo permanece secuestrado en las organizaciones partidarias, entonces los autónomos desconfían del marxismo. Y la lectura del marxismo que nosotros podemos hacer, que ilumina aspectos más de autonomía, no tiene audiencia (en gran medida porque el marxismo queda atrapado en quienes realmente lo reivindican como bandera, continuamente, en sus intervenciones). Algo similar ocurre en Europa, también.
MR: El libro de La Ciega… es ilustrativo al respecto, no sólo por los artículos que están escritos estrictamente por los abogados, sino especialmente por el prólogo que firma la organización La Brecha y que arranca reconociendo los avances que hubo con este gobierno en el plano de los derechos. Es decir, parte del plano donde se puede pensar en términos de avance pero ¿de avance hacia dónde? Esa pregunta no está, lo que está implícito en general cuando se habla de «hay avances», «hay progreso», es que vamos hacia la libertad, no sé, hacia algún lado parecido, no está cuestionado radicalmente el plano de los derechos y seguramente sea porque se identifica al socialismo con la estatalización de la vida. Se asume el iusnaturalismo como si fuese la verdad revelada.
EDR: Sigue sin resolverse el problema de la Primera Internacional…
JR: Ahí era el pasaje por el Estado.
EDR: Te conozco MR o, mejor dicho, sé más o menos cómo pensás. Pero si te escuchara sin saber, sin conocer de vos, lo que podría ver en lo que decís es un riesgo que, así como fue planteado –en el que diste cosas por supuesto porque estamos entre «nosotros»–, consiste en lo siguiente: si se quiere hacer una crítica radical a los derechos, ¿entonces para qué la militancia sindical? Cómo manejar esa complejidad entre lo necesario y lo suficiente. Es necesario pero no es el techo, los derechos que se puedan conquistar no agotan el problema que nos toca.
MR: También podrías preguntar por qué tengo el DNI en la mochila. Es la misma lógica, si uno va hasta allá, es una mierda todo, el Estado es una mierda, ¿por qué tenés el DNI? Entonces aparece la mala conciencia cristiana: soy una contradicción con patas, cómo puede ser, está todo mal con el derecho, ¿por qué tengo que usar el DNI? Y sin embargo lo tengo en la billetera. Ahí viene la parte penosa de tener que explicar, con buena onda, lo obvio.
EDR: Lo que ahora es obvio para nosotros, para mí no lo era tanto hace algunos años.
MR: De acuerdo.
PM: Igual, también es parte de la tradición de lo que se resignificó como marxismo después, porque pensar en términos de derechos y no de libertades, por decirlo de algún modo, libertades democráticas, es coherente con pensar en términos de explotado y no de productor, hay toda una tradición capturada. El costado de resistencia, el costado afirmativo de la producción, no está en el relato predominante. La forma de identificarse de los partidos, partido «de los trabajadores», «de izquierda y los trabajadores», expresa ese no pensarnos como productores que acá viene circulando.
EDR: Claro, pero ahí podríamos retomar lo que, creo, decía JR la vez pasada: que en el campo amplio de la izquierda autónoma se produjo un desmarque de esta identificación negativa, con los «explotados», y no con los «productores», a través de la reivindicación, por ejemplo, de la alegría. Pienso en el MOCASE y la mística. Hay toda una vertiente de los movimientos sociales o de la «nueva nueva» izquierda que trabaja con una construcción de la subjetividad no atada a la explotación, a las penurias, a la miseria, sino que recupera este otro aspecto, más creativo, productivo, que muchas veces va de la mano con abandonar la identificación con el trabajador explotado, con el trabajo asalariado.
PM: Pero no hay lectura interior de la acción sindical. No se piensa jamás en términos de que lo importante para construir sindicalmente –y esto es algo que también está en la tradición autónoma– es pensarse como productores, como reapropiadores de la riqueza, y no como meros vendedores de fuerza de trabajo que especula con el valor de su fuerza. Los anarquistas hicieron sindicatos distintos. De vuelta, la tradición ahí aparece cortada, como si no se pudiera pensar al respecto. La izquierda gana una interna con un programa absolutamente reformista, que tiene el salario como único horizonte y que no va más allá y, a la vez, es protagonista en la recuperación de empresas. Donnelly, por ejemplo. Hay un montón de empresas recuperadas y, en seguida, lo que hacen es hacerlas funcionar como cooperativas, entonces aquéllo que tenía de interesante se pierde. Porque, en función de atrapar audiencias más amplias, se trabaja sólo con lo salarial. Y ya no hablo de la izquierda autónoma sino de lo que se puede hacer dentro de un sindicato. Y como el horizonte de la reapropiación de la riqueza, de pensarnos como productores, no está presente, sólo se piensa la reapropiación de la riqueza cuando se van los patrones. Y por un rato, hasta que viene el Estado, hace la cooperativa y nos quedamos contentos. Yo sé que esto ni suena como experiencia, pero hubo experiencias de trabajar sindicalmente y con el horizonte de asumirse como productores. Lo cual no es incoherente con lo que se está diciendo acá, claramente los autónomos lo piensan como la alegría y rechazan el trabajo, pero el concepto de rechazo al trabajo, por lo menos en su origen, en los años ´70, no consistía en irse al campo sino en recuperar la riqueza, en no pagar los alquileres, en apropiarse de todo lo que se pudiera para el trabajo… Vogliamo tutto, «queremos todo», decían los italianos. Todo eso no está, no existe como intervención.
JR: Pienso en [Silvia] Federici, ya que su planteo es el de la reapropiación y no es un simple juego semántico: sí peleo, me organizo sindicalmente, pido aumento de salario y pido que me pasen a planta permanente y, al mismo tiempo, digo que es una mierda, que tendríamos que ir más allá de eso y que no es menor cómo nos organizamos para pelear por ese ir más allá: es tan importante cómo nos organizamos para pelar como los fines, los objetivos de la pelea. Después, si no te da la fuerza, es otra cosa; si no te acompaña nadie, bueno… Quien termina cerrando a nivel de la Ciudad es SUTECBA, no la junta interna de Deportes de ATE, que es donde yo milito. Existen determinaciones más generales, por supuesto. Yo me reconocía en lo que dijo EDR hace un ratito: pocos años atrás, no salía con fritas entre «nosotros» lo que ahora sí. Y es verdad que se vive con esa culpa: «Che, loco, estoy en contra del Estado y tengo que ir a votar porque, si no voy, me van a poner una multa». Se vive. Así como se vive también esto otro: «Che, yo que soy productor podría reproducir toda mi vida y hoy fui a comprar algo a la esquina». Hay todo un lamento, no lo digo peyorativamente, sino con toda la carga histórica necesaria que esto tiene.
Nos pasó mucho leyendo, en el grupo Fundamentos del Pensamiento Contemporáneo, que, cuando queríamos trabajar la cuestión del deseo y la política, aparecía rápidamente la efectividad de los afectos a nivel de grandes masas. Leíamos a Rozitchner y era «papá, mamá, yo» y, rápidamente, «Perón, Eva, descamisados» o «Néstor, Cristina, pueblo». Esa lectura de Freud cuajaba muy rápidamente. Poder pensar ya no la afectividad y la política en las figuras de la servidumbre sino en figuras de la busca de libertad es algo que no está muy trabajado y eso se vuelve una condición para atravesar, en la práctica, ciertos obstáculos. Desde 2001 hacia acá, desde los movimientos sociales, las organizaciones de base más de izquierda, de izquierda autónoma, no partidaria, se recupera para sí el elemento de las pasiones alegres para hacer política, pero en el momento en que aparecen las pasiones tristes cuesta un montón trabajarlas políticamente. Percibí eso: gente que se va, que deja de militar, que se va a militar a un lugar donde nadie te hincha las pelotas. Es como en un teórico de la Facultad: vos como estudiante vas, te sentás, no importa si leíste, si el tipo va a hablar tres o cuatro horas de corrido… No importa. En cambio, si vas a una materia colectiva, ahí no es lo mismo si yo leo o no leo, te pone en otro lugar. Análogamente, me parece encontrar esa diferencia. Es algo que tenemos que seguir pensando, en algunos grupos lo seguimos rumiando, qué onda con esto. Y transitarlo en la práctica tampoco es sencillo, porque si alguien te empieza a caer mal no es sencillo explicitarlo. Somos compañeros de militancia acá, no venimos a ser amigos, y cuando aparece un tipo de malestar que tienen que ver con lo afectivo, ese malestar, en un punto, juega. Y juega fuertemente.
MR: Wilhelm Reich decía que el PC debía cambiar las consignas de sublevación obrera en las fábricas porque no se trataba de tomar la fábrica, o de arrancársela a la burguesía, o de ocuparla, sino de que los obreros asumieran, efectiva y afectivamente, que la fábrica era producida por ellos en tanto clase social. Reich se alarmaba porque era muy común que los obreros sintieran cierta culpa al estar «tomando» algo que no les pertenecía: tomaban la fábrica y por ahí arriesgaban la vida en ese acto, pero sentían la posesión como algo ajeno, entonces se volvía una medida de fuerza momentánea porque en el fondo sentían que en algún momento la tenían que devolver. Y acá retomo lo que decía PM: al final, la fábrica vuelve a las manos de un burgués particular o del Estado, que es el burgués colectivo.
PM: No está esa propaganda más básica de «todo lo que sucede en este trabajo lo hacemos nosotros, los patrones son unos parásitos», eso se perdió… ¿Por qué no pensarlo así? Se vuelve más importante la lucha salarial y eso no deja espacio para pensar otra cosa.
MR: Cuando no es cinismo puro y llano, como pasa en mi propio laburo, donde tengo compañeras y compañeros que entienden perfectamente esto pero adoptan la postura del «no me rompas las bolas».
EDR: Asocio todo esto –si bien lo rondamos, no dijimos algo muy concreto– con el 2001. En esta relación entre teoría y práctica, hace unos minutos PM decía que no hay tradición autónoma de referencia y mencionaba a los italianos. Parece ahora que hasta se perdió la referencia al autonomismo del 2001. Y eso que, hasta no hace mucho, algo había de estas referencias a la horizontalidad, el asambleísmo, el tomar los problemas en las propias manos… Acá veo un problema en torno a cómo ciertas tácticas no se traducen inmediatamente –y, a veces, ni mediatamente– conceptualizaciones, en teoría. Se puede hacer algo, se puede participar de algo, dejarse atravesar el cuerpo en una experiencia colectiva de autoorganización, resistencia y aun creación del alternativas pero eso no da mecánicamente una convicción consciente de querer hacer eso que se está haciendo. Y, cuando esa convicción aparece, ni siquiera parece haber garantía de que esa práctica signifique lo mismo para todos los que la sostienen. Estamos ahora, catorce años después, viendo que todas esas prácticas y experiencias quedaron muy reducidas y que muchos de los que participaron en esa secuencia política hicieron giros teórico-prácticos muy profundos en sentido contrario a la autonomía, la horizontalidad y el autonomismo.
JR: Al inicio de esta conversación, EDR nos llevaba a preguntarnos sobre la centralidad del trabajo en la sociedad actual. Una respuesta rápida, ortodoxa, es que habrá cada vez más trabajadores asalariados en el mundo. Otra, pensaba –justo estamos terminando de leer El capital en mi grupo–, toda la última sección de El capital está dedicada, para decirlo al modo de El Anti-Edipo, al «movimiento objetivo aparente»: por qué un trabajador cree que está tomando prestada un rato la fábrica, por qué el comerciante dice «lo compré a 50, lo vendo a 52, me llevo 2 pesos» y por qué eso aparece como que, en el fondo, es una teoría de los costos, o sea, que el precio de la mercancía se compone de la suma del salario, la ganancia y la renta (cuando aparece el tipo que tiene la tierra). El chabón se enfoca largamente –el chabón es Marx– en por qué eso aparece así, como fenómeno, sobre la superficie del mercado, y en que el problema es que la economía teórica pretende que eso sea la esencia de la cosa, cuando en verdad es su apariencia. Pensaba en el orden de lo fenoménico, donde nos movemos inevitablemente, en cuántas de estas cosas hacen que uno se sienta alejado del sindicato, que se sienta que toma prestado, «estoy acá un ratito y después me voy», y en cómo, a su vez, en ese orden, aparecen roles empresariales con un evidente carácter organizativo del proceso de trabajo. Se me disparaba ese elemento del movimiento objetivo aparente que constituye la conciencia, sin duda, y que cuesta un montón desentrañar para pensarlo.
Villa Urquiza (CABA),
25 de julio de 2015.