Capital: ese brillante objeto del deseo

(O ¿por qué se está tan a gusto con la explotación… propia y ajena?)

Dedicamos este número de Dialéktica a quienes luchan, teórica y prácticamente,

contra todas las formas de manifestación de la explotación capitalista.

(editorial Año XXI – número 24 – primavera 2012)

I

Veinte años haciendo filosofía y teoría social. No periodismo.

Eso explica por qué, a diferencia de otras periódicas publicaciones de pensamiento crítico y a diferencia de los copiosos órganos de difusión de las agrupaciones políticas de izquierda, ni reaccionamos con pronunciamientos ante cada episodio de la agenda burguesa ni andamos oliéndole el rastro al Boletín Oficial.

Eso explica por qué, entre otras cosas, hacemos todo cuanto podemos, desde las modestas páginas de dialéktica, por intervenir críticamente en la agenda de los trabajadores –entre quienes nos contamos– y en la agenda de las organizaciones de los trabajadores –en las que participamos–. Para eso asumimos el desafío de no dejarnos aturdir por la industriosa vorágine de «novedades» con que la burguesía formatea nuestra experiencia cotidiana. Un desafío que posiblemente exceda nuestras capacidades (de otro modo, ¿qué clase de desafío sería?)1, pero en esto estriba para nosotros, justamente, hacer filosofía y teoría social con el fin de impulsar y favorecer la autoorganización proletaria sobre bases verdaderas.

La serie completa de editoriales de dialéktica da cuenta –casi hasta el hartazgo– de nuestro punto de partida epistemológico y político: nos interesa abordar la relación entre las partes y el todo social –y no tomar una parte (por ejemplo, algunos años del capitalismo en Argentina) como si fuera el todo–; pretendemos retomar, reformular, impulsar teorías y prácticas democráticas –fundidas en el crisol de la autonomía y la autogestión– para intentar conjurar la heteronomía estructural de toda sociedad que se sustente en la escisión entre dirigentes y ejecutantes; partimos de entender como causa fundamental de los problemas sociales contemporáneos el antagonismo irreconciliable entre el capital y el trabajo e intentamos adoptar la perspectiva de nuestra clase en tanto trabajadores para abordar estos problemas; apostamos por la posibilidad de la humanidad social y no por reforzar la igualdad formal de los celestiales derechos burgueses que encubren las frías y siniestras cadenas de la terrenal desigualdad real.

Nos apoyamos, pues, en aquella serie completa para retomar hoy esta pregunta fundamental de la filosofía política, ya pronunciada por Etienne De La Boétie y por Baruch Spinoza: ¿por qué los seres humanos luchamos por nuestra esclavitud como si lucháramos por nuestra libertad? ¿Por qué deseamos la explotación, la humillación, la miseria, tanto ajena como propia? En condiciones específicamente capitalistas, nuestra pregunta es: ¿por qué las masas estamos contentas con el capitalismo, por qué casi nadie proyecta otra relación con la producción, otra relación con el tiempo, otra relación con sus semejantes?

Tenemos algunas notas para un diagnóstico de este deseo capitalista generalizado. Esperamos que sirvan para provocar el debate y alentar la autoorganización de la clase trabajadora contra el capital y su correlativo Estado.

II

Y si de diagnóstico de las masas hablamos, comencemos por una patología histórica: el estadocentrismo, enfermedad infantil del progresismo. Desde que el proletariado ha engendrado sus propias organizaciones prevalece el objetivo de «tomar el poder del Estado» por sobre todos los demás objetivos de un programa comunista, lo cual explica, hoy, el carácter reactivo, electoralista y oportunista de la izquierda en general. No eludimos el problema, lo formulamos así: en lugar de ocupar el Estado tal cual está, hay que ocuparse de la naturaleza del poder del Estado como relación de clases. Mientras no se afronte este problema, toda la izquierda seguirá siendo tácticamente «progre»: la burguesía estatiza el 51% de YPF, la izquierda exige el 100%; los avatares del capital refuerzan los nacionalismos, la izquierda se suma al reclamo por las Falkland Islands; los trenes que transportan fuerza de trabajo para la acumulación capitalista colapsan, la izquierda exige el control obrero. La izquierda en general busca, así, mejoras progresivas dentro del sistema y punto. Estratégicamente, ha perdido de vista el objetivo de suprimir la relación social capitalista y dedica todos sus esfuerzos a cumplir, apenas, objetivos tácticos que se confunden con la disputa mediática de la agenda burguesa. Una lucha que se manifiesta, además, escindida: lucha económica en los sindicatos, lucha política en el Estado (cuando no lucha organizativa entre organizaciones de izquierda). Así, la izquierda habla casi únicamente la lengua de los explotadores: al pelear por «puestos de trabajo» diluye los problemas que implica la «venta de la fuerza de trabajo»; al pelear por «igualdad de derechos» minimiza que no hay derecho conquistado que no sea «resistencia muerta»; al pelear por votos en las elecciones refuerza la estructura política de la dominación de clase.

Mientras nuestro deseo se mantenga en los límites de la vida burguesa –trabajo, salud, educación, seguridad, vacaciones, jubilación– no habrá mejora en las condiciones para la lucha anticapitalista por más elementos defensivos y pasajeros que obtengamos en las condiciones de vida cotidiana de algunos. Se nos dirá que planteamos insuficiencia en las condiciones subjetivas para la revolución. Sí. Es ineludible la tarea de darnos la lucha en el plano ideológico y teórico, también. Y no sólo eso. Porque el objeto de nuestra crítica es de una naturaleza extremadamente hostil a la racionalización:

En el terreno de la economía política, la investigación científica libre encuentra no sólo al mismo enemigo que en todas las demás esferas. La naturaleza particular de la materia que trata levanta contra ella, en el campo de batalla, las pasiones más violentas, mezquinas y odiosas del corazón humano, las furias del interés privado. La Alta Iglesia de Inglaterra, por ejemplo, perdonará antes el ataque contra 38 de sus 39 artículos de fe que contra 1/39 de sus ingresos.2

Si la Iglesia es capaz de entregar 38/39 partes de su fe, pero no es capaz de entregar 1/39 partes de sus ingresos, ocurre porque la naturaleza peculiar de la relación capitalista es tan poderosa que puede socavar inclusive los pilares de una institución que se sostiene en algo tan irracional como la fe. Así, pareciera que la ley del valor-trabajo se agitara en el mismo hemisferio de sombra en que se empapa lo irracional. No obstante, el equivalente en dinero de 1/39 de ingresos se obtiene sencillamente, cortando el nudo metafísico con la calculadora. De manera tal que no hay falsa conciencia de la realidad: la conciencia capitalista es tan real como racional. Es conciencia verdadera, pero de un movimiento objetivo aparente: la forma del valor, esa producción social tan históricamente determinada, es, en tanto «objetividad espectral», tan espectral como objetiva. El valor no es una propiedad física ni química, es «simple gelatina de trabajo humano indiferenciado», no tiene un solo átomo de substancia natural… Eppur si muove! Porque una vez puesta en prácticas sociales la relación que funda el modo de vida burgués, el resto «sale con fritas».

El problema, entonces, trajina un plano que no es fácilmente traducible a términos clásicos. Mejor dicho: no es fácilmente traducible a las lecturas hegemónicas de los términos clásicos. Evidentemente, no basta con saber cómo nos relacionamos para que nos relacionemos de otra manera.3 Hay que transformar las relaciones en la práctica misma, comenzando por las organizaciones de la clase trabajadora y pasando por la crítica de la vida cotidiana y de todas las formas de opresión y explotación. La ley del valor-trabajo como un todo capitalista no opera únicamente en el intercambio mercantil, sino también en el contenido y la forma de las relaciones sociales mediante las cuales objetivamos y subjetivamos el sistema capitalista todos los santos días. Desear o no desear la explotación… That’s the question.

III

En los últimos ochenta años, algo falla en el esquema que postula como condición de la revolución la coincidencia de los «factores objetivos» (agudización de la contradicción entre el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones de producción) y los «factores subjetivos» (autoconciencia proletaria de sus intereses de clase y autoorganización política). Esta «madurez social», subjetiva, superestructural (el paso de la conciencia en sí a la conciencia para sí), no parece realizarse efectivamente (al menos, si observamos la alegría generalizada con el sistema capitalista), al tiempo que aquella «madurez histórica», objetiva, infraestructural, no cesa de ampliarse y profundizarse (al menos, si observamos que ya no queda en el mundo un modo de producción alternativo al capitalismo).

Uno que advirtió esto –hace ochenta años, justamente– fue discípulo de Sigmund Freud: el condenado Wilhelm Reich. Atormentado por el ascenso del fascismo en Europa, se preguntaba cómo la clase social que tenía intereses objetivos puestos en la revolución podía apoyar subjetiva y fervorosamente a sus más dogmáticos explotadores. La izquierda orgánica recurría al siempre a mano comodín del engaño ideológico: «es la falsa conciencia, estúpidos». Pero las consignas científicamente redactadas por el Partido no provocaban en las masas pauperizadas efecto esclarecedor esperado. En su lugar, la hipótesis de Reich era intolerable: No, las masas no fueron engañadas; ellas desearon el fascismo. Por su parte, la funeraria experiencia de los «socialismos reales» exigía pensar, también, que no era suficiente –o, acaso e incluso, que no era posible– una revolución realizada únicamente en el plano de la conciencia. Saturadas de abandonos y confidencias embalsamadas, esas inquietudes críticas orientadas por un proyecto emancipador perecieron bajo el peso del mágico mundo de Disney: tras la Segunda Guerra, el asedio constante de la amenaza roja («¡Medios de producción y GULAG para todos y todas!») fue contenido tras los muros psicodélicos del Estado de Bienestar. Ya no importaba qué habían deseado las masas antes de desear el exterminio atómico de la humanidad. Ahora, al fin, imperaba la consigna «¡Sexo, drogas, rock&roll… y General Electric!».

Pero –hay que reconocerlo– como esto componía la experiencia y el paisaje cotidianos de una exclusiva, excluyente y minoritaria porción de la población mundial, los espíritus bienpensantes arrojados al mundo de esa abundancia existencial –en Europa central y en los Estados Unidos– dirigían sus esperanzas revolucionarias hacia los proletarios del «tercer mundo». Esas esperanzas (que el mercado editorial se encargó de hacer llegar «just in time») suponían el esquema de infraestructura y superestructura que mentábamos hace un rato: «si con las condiciones objetivas dadas –reflexionaba el alma bella y autoflagelante– construimos Auschwitz-Birkenau y destruimos Hiroshima-Nagasaki, ahora, que vivimos fascinados con Freud, Keynes y The Beatles… Va a ser difícil que el chancho chifle»…

…y en eso llegó el Mayo Francés. Hasta Castoriadis, quien acababa de clausurar –tras 20 años de labor colectiva y militante– la experiencia Socialisme ou barbarie porque «no pasaba naranja»4, celebró el episodio afirmando: «cualquiera que sea su continuación, Mayo del 68 ha abierto un nuevo período de la historia universal»5. ¿Cómo pudo ocurrir que, en las confortables y bohemias condiciones de la flânerie propiciada, las masas arrancaran adoquines de las calles con fines mucho menos poéticos que observar si debajo estaba la playa?6 Y, más tarde, cuando resultó que «Nuestra Comuna del 10 de mayo» duró menos que la de 1871… esta otra pregunta: ¿Cómo pudo ocurrir que las principales organizaciones de izquierda colaboraran tan exitosamente con el fracaso de la «revolución anticipada»? Ambas preguntas (cómo puede haber rebelión en condiciones de sufrimiento amortiguado y cómo puede haber conservación del orden desde la organización revolucionaria) señalaba –y señalan aún– un déficit teórico del marxismo (al menos, del marxismo tal como nos ha sido legado por la tradición hegemónica): la opacidad constitutiva de las relaciones humanas, los vínculos y los hiatos entre deseo e interés, la problemática del inconciente.

Por eso decimos que, en la medida en que no haya un deseo masivo de destruir el capitalismo, seguirá habiendo capitalismo. Por lo tanto, una de nuestras tareas primordiales es el trabajo político relativo a las formas de organización, en las prácticas mismas, porque allí se juega lo impensado constitutivo de la subjetividad. Si el contenido ideológico de una agrupación política es el resumen conciente de esa agrupación, la forma en que se organiza esa agrupación es un índice de su inconciente. Esta analogía conceptual –que es también una hipótesis de trabajo– expone la razón principal del dossier que presentamos en este número.

Eso sí: ni renegamos del marxismo ni pretendemos resucitar el freudismo. (Y algo llamado «freudo-marxismo» nos merece opinar nietzscheanamente: una palabra abominable para denominar algo igualmente abominable.) Somos comunistas, no obtusos. Decimos que, mientras haya capitalismo, El Capital (Crítica de la economía política) es y será la obra de estudio obligada para quienes aspiramos y aspiremos a interpretar-transformar, en sentido emancipatorio, la realidad. Y además… decimos que esa obra es necesaria e insuficiente, finita. La «objetividad espectral» del valor nos exige pensar esa mixtura fantasmal y cósica, «suprasensible» y sensible, mágica y natural, metafísica y concreta, sobre la que se sostiene la lógica del capital. Porque si las mercancías «pierden» su valor al ser consumidas, quiere decir que lo conservan en la medida en que circulan, o bien en la medida en que se reintroducen en el ciclo de circulación (lo cual viene a ser lo mismo). Este es el núcleo duro en el que nos encontramos estudiando (sin abandonar las tareas defensivas, inmediatas, de la clase trabajadora): el objeto de la producción social capitalista es la forma del valor –su sustancia es gelatina de trabajo humano indiferenciado, una misma objetividad espectral–, o sea, no un objeto sino un «objeto espectral», brillante objeto del deseo capitalista, ideal sin ser abstracto y real sin ser actual.

IV

Dicho todo lo anterior y re-tomándolo en la actualidad nacional, percibimos -como ocurrió en tantos otros momentos de la historia de los trabajadores- que los problemas que nos planteamos mayoritariamente y el modo en que nos proponemos abordarlos en poco se corresponde con nuestros intereses de clase y en mucho se adecuan a los intereses de quienes nos explotan.

Uno de los aciertos del kirchnerismo como movimiento restaurador de las condiciones capitalistas, luego de la crisis del 2001, fue lograr sellar en los trabajadores problemas y soluciones capitalistas como si fueran problemas y soluciones de y para los trabajadores. En este sentido, todo lo que el kirchnerismo muestra como logro de los trabajadores, es, en lo sustancial, logro de y para el capital, aunque estos logros puedan generar mejores condiciones transitorias para los trabajadores. Nos referimos a los temas que ocupan tanto las cadenas nacionales como las tapas de los diarios y los pliegos de reivindicaciones, comunicados, boletines y volantes de las organizaciones de los trabajadores: los aumentos salariales, la expansión de planes sociales, el mayor presupuesto educativo, la proliferación de legislación y de gestos sobre cuestiones como derechos humanos, minorías, Malvinas, etc., el crecimientos del PBI y de los superávits fiscales, los prometidos planes de créditos hipotecarios, y las tan mentadas estatizaciones.

Si bien algunos de estos logros en gran medida surgen como consecuencia de la lucha de los trabajadores, tiende a devenir imperceptible que son consecuencia de luchas defensivas de la clase y no de luchas anticapitalistas. En otro nivel del mismo problema, mejoras coyunturales en las condiciones de vida de la clase son tomadas como conquistas permanentes, actuando como si se desconociera que el capital avanzará sobre ellas por todas las vías posibles cuando le resulte necesario para abaratar la fuerza de trabajo y relanzar la acumulación. En la actualidad, hasta el pretendido inconmovible Estado de Bienestar europeo muestra fisuras en sus pies de barro y amenaza con derrumbarse para que la relación social capitalista renazca desde las cenizas y escombros una y otra vez…

Las organizaciones de los trabajadores mayoritarias sólo critican los logros burgueses del kirchnerismo en su cantidad (“hay que aumentar más los salarios hasta llegar al fifti-fifti”) pero no cualitativamente: los nuevos-viejos cantos de sirena del capital se les presentan como el non plus ultra, así como a la mayoría de los trabajadores. La clase no sólo no se tapa los oídos para evitarlos y continuar inventando su propio rumbo, sino que baila con su música al ritmo del sufragio y el consumo. Continuamos sin advertir como clase que el aumento salarial como techo para los programas de los trabajadores oculta que el salario es una manifestación más de las cadenas que atan a los hombres al trabajo alienado, y que no cambian su condición opresiva por más doradas que estas cadenas puedan ser (cfr. Cap. XXIII de El Capital). Por otra parte, los aumentos salariales no son sólo ni fundamentalmente medidas de “voluntad política” de un gobierno que “está con los trabajadores”, sino simples reflejos necesarios del alza del ciclo del capital experimentado en los últimos años en Argentina y de su correspondiente lucha de clases. Los techos a las paritarias que vienen de la mano de la “sintonía fina” tampoco significan una traición a los principios o una repentina falta de voluntad política, sino pura coherencia con los intereses que se defienden desde el Estado, cuando se perciben claros indicios de desaceleración económica en el contexto de crisis internacional. Por si fuera poco, el crecimiento del valor absoluto del salario y de su correlativa capacidad de compra, parece embriagar los sentidos para advertir que aumentó la desigualdad relativa del reparto de la riqueza entre trabajo y capital: de una torta más grande, cada vez es mayor la tajada para la clase parasitaria.

Esta lógica del Estado como capitalista colectivo que administra los intereses de la burguesía es la que promueve las estatizaciones de tinte “nacionales y populares”, que en nada favorecen a los trabajadores. Desde una perspectiva sistémica, es necesario que los intereses del capital en general prevalezcan a la ganancia de una empresa privada en particular. El abastecimiento energético adecuado a las demandas de la producción nacional está sobre el usufructo de los hidrocarburos de una empresa en particular: estatícese el 51% de las acciones de YPF. El control del ahorro de los trabajadores desde una perspectiva de conjunto, está sobre el usufructo de esos ahorros por un sector particular del capital: estatícense las AFJP. Y así sucesivamente…

Y no otra lógica es la que gestó los aumentos de los planes sociales a trabajadores desocupados o de menores ingresos y las políticas en educación. La asignación universal por hijo y el eventual aumento del presupuesto educativo son manifestaciones de que el capital, con las instituciones estatales como su instrumento, intenta garantizar la reproducción de los trabajadores como clase en condiciones biológicas y culturales adecuadas a los grados de explotación requeridos por el desarrollo actual del capitalismo en Argentina. Es posible rastrear en las reformas educativas y sus correspondientes leyes las inflexiones de la formación específica que el capital requirió en distintos momentos de su acumulación.

No creemos ser necios: cada uno de nosotros, miembros del colectivo editor de dialéktica, hacemos lo posible en nuestros lugares de trabajo por vender nuestra fuerza laboral en las mejores condiciones posibles. Y, como no creemos ser necios, al mismo tiempo decimos que luchar sólo por las reformas posibles dentro del capitalismo es necesario, pero no es suficiente para un proyecto que intente superar el estado de cosas actual. En eso estamos y seguimos… veinte años después de nuestro primer número…

Colectivo de trabajo.

Agosto 2012.

1 No ignoramos que la sociedad del espectáculo ofrece en los medios de comunicación su aspecto apenas restringido. Pero si la comunicación parece utilizar a las relaciones sociales como instrumento no es porque éstas sean neutras, sino justamente porque la instrumentación es su automovimiento total. Si las relaciones humanas tienden a no poder ejercitarse más que por mediación de la potencia de comunicación instantánea, ¿cómo no ver que esta comunicación es esencialmente unilateral, o sea, cómo no ver que «todo fluye», sí, pero fluye siempre para el mismo lado (burgués)?

2 El Capital (Crítica de la economía política), “Prólogo a la primera edición”, trad. Vicente Romano García, Madrid, Akal, 2000, p. 19.

3 «En realidad, el carácter de valor de los productos del trabajo se consolida a través de su actuación como magnitudes de valor. Estas últimas cambian constantemente, con independencia de la voluntad, la previsión y la acción de quienes los intercambian. Para ellos, su propio movimiento social posee la forma de un movimiento de cosas bajo cuyo control se hallan en vez de controlarlas ellos. Se requiere una producción de mercancías enteramente desarrollada antes de que nazca de la misma experiencia el conocimiento científico de que los trabajos privados, universalmente dependientes unos de otros como eslabones de la división social del trabajo, se reducen continuamente a su medida socialmente proporcional, porque en las relaciones de cambio, casuales y siempre oscilantes, de sus productos se impone a la fuerza, como ley natural reguladora, el tiempo de trabajo socialmente necesario para su producción, algo así como se impone la ley de la gravedad cuando se derrumba una casa. La determinación de la magnitud de valor por el tiempo de trabajo es, pues, un secreto encerrado bajo los movimientos aparentes de los valores relativos de las mercancías. Su descubrimiento elimina la apariencia de la determinación puramente casual de las magnitudes de valor de los productos del trabajo, mas no elimina en absoluto su forma objetivaEl Capital (Crítica de la economía política), trad. Vicente Romano García, Madrid, Akal, 2000, tomo I, volumen 1, pp. 106-7. Resaltamos.

4 Ver «Socialismo o Barbarie. Apuntes para la crónica de una separación (¿o serán varias?)», dialéktica, año xvii, número 20, Buenos Aires, primavera 2008, pp. 54-65.

5 «La revolución anticipada», panfleto mimeografiado y difundido entre el 20 y el 30 de mayo de 1968, en AA.VV., Mayo del 68: La brecha, trad. Ricardo Figueira, Buenos Aires, Nueva Visión, 2009, p. 70.

6 El Cordobazo provocó análoga perplejidad en los funcionarios del onganiato, quienes se preguntaban por qué los obreros mejor pagos del continente armaban semejante quilombo.